“Tu sonrisa a tu hermano es un acto de caridad” – Profeta Muhammad (que la paz sea con él – p) [Fiqh us Sunnah, vol. 3, no. 98]
Fueron estas palabras las que penetraron profundamente en mi corazón. Un día, en el año 2014, preparando un trabajo especial para una clase de la universidad cristiana, decidí mencionar el Islam aunque no era musulmana. Fui educada en el cristianismo, sin embargo, siempre me he sentido atraída por la disciplina del Islam y encantada con la cultura del Medio Oriente. Mi fascinación me llevó a buscar información sobre el Islam y fue entonces que descubrí al Profeta Muhammad, un hombre con muchas cualidades admiradoras y una devoción inquebrantable hacia Dios. Comencé a profundizarme más en los estudios y a la vez conocer la religión y su profeta. Al hacerlo, fui encontrando las respuestas a muchas preguntas y pude ver a Dios por una perspectiva diferente. Terminé el proyecto para mi clase, pero aun así me quedé con una sed por conocer más a ese hombre que había dicho que hasta una sonrisa era caridad. Fueron esas simples palabras las que me hicieron entender que Dios toma en cuenta hasta las obras más simples y pequeñas en un momento cuando pensamos que no tenemos más para dar.
Mi curiosidad y algunas dudas
Seguí con mi curiosidad y ciertas dudas, hasta que me encontré en una situación de emergencia angustiada, gritando y pidiendo auxilio, mientras viajaba en una ambulancia en camino al hospital. Le pedí a Dios con mi alma y corazón en las manos que me indicara el camino para llegar a Él, porque estaba cansada de cómo estaba viviendo mi vida. Leí mucho sobre el Islam y el Profeta Muhammad (p) pero mis problemas y mi situación no me permitían aceptar y dejar todo por el islam.
Estuve ocho años en una relación llena de maltrato emocional y en los últimos dos años en unas ocasiones maltrato físico. Pero este día, era yo la que estaba acompañando a mi ex marido después de que él había sido golpeado. Mientras viajaba en esa ambulancia, mi vida entera pasaba por mi cabeza como una película, me preguntaba qué hago aquí, cuál es mi destino y el propósito de sufrir tanto en esta vida. Fui abandonada por mi madre en el hospital cuando nací, me crió mi abuela y su esposo. Nunca conocí a mi padre y quedé huérfana a los 15 años. A pesar de estas tragedias, sabía que Dios estaba conmigo y que por alguna razón estaba aquí en esta tierra. “Dónde estás, Dios? ¿Dónde te encuentro?” Esos eran los gritos de desesperación en mi mente mientras viajaba en la ambulancia.
La respuesta a mis oraciones
Cuando llegué a la sala de espera del hospital, sentí que mis ruegos y súplicas fueron contestadas. Sentada ahí en la sala, estaba una mujer musulmana acompañando a otra, cuidándola con tanto amor que hasta pensé que quizás era su mamá, suegra o algún familiar cercano. Nuestras miradas se cruzaron, y vi en su rostro esa sonrisa tan noble, humilde y llena de amor que me recordaron las palabras – “Tu sonrisa a tu hermano es un acto de caridad” – que había dicho el Profeta Muhammad (p) y que habían penetrado profundamente a mi corazón. Ella me brindó esa caridad, una obra tan pequeña que tuvo un efecto tan enorme en mí. En ese momento, no tuve duda de que el Islam era la respuesta que buscaba y que ese hombre que admiré desde el principio y que tuve que estudiar y conocer, sería mi guía en el camino hacia una nueva vida.
Luego de unos meses, decidí poner en orden mi vida y dejar muchas cosas atrás que dañaban mi cuerpo y mi salud espiritual. Sentía en el fondo de mi corazón que encontraría a Dios en el Islam. Primero decidí reafirmar mi fe y poner a Dios primero en todo, dejar mi pasado doloroso atrás, terminar con mi relación turbulenta, irme de mi trabajo como camarera y comenzar a buscar otros musulmanes por las redes sociales. Encontré a una hermana musulmana que vive cerca de mí y nos reunimos. Fui a este encuentro decidida a preguntarle cómo entrar el Islam, y en frente a ella, pronuncie el testimonio de la fe.
Aprendiendo el Islam y enseñando a mis hijas
Participé en mi primer ayuno durante el mes de Ramadán y visité a una de las mezquitas donde pude conocer a más de las hermanas que me dieron su apoyo por medio de las redes sociales. También conocí a esa mujer tan especial que me brindo su sonrisa aquella tarde en la sala del hospital, y pudimos abrazarnos como hermanas en el Islam.
Pese a las dificultades que tengo para llegar a las mezquitas que quedan a kilómetros de mi hogar y la falta de recursos educativos en el idioma español, he podido aprender y sentirme cómoda con mi nueva vida. Tengo dos hijas y he podido educarlas sobre la fe poco a poco según voy aprendiendo. Utilizo el internet, las redes sociales y los libros que puedo traer de las mezquitas cuando tengo la oportunidad de ir o comprarlos por el internet para mi aprendizaje.
He comprendido que la fe va más allá de lo colectivo, que es una conexión directa que cada individuo debe hacer con Dios. Mi relación con Él no es necesariamente la misma que el de otra persona. Todos tenemos diferentes necesidades y diferentes niveles de fe, y nuestro entendimiento es el producto del conocimiento que buscamos y le pedimos a Dios que nos brinde. En mi experiencia puedo decir que las cosas han sido muy buenas y agradables, aunque me cuesta aprender el idioma árabe y preferiría reunirme con más frecuencia en la mezquita. Durante todo este proceso, he podido mantener mi fe y seguir mi búsqueda por el conocimiento, y sobretodo rezar 5 veces al día y suplicar con frecuencia.
A menudo me preguntan qué fue lo que me hizo cambiar mi religión, y en respuesta a esa pregunta tan solo sonrío y digo: “Yo no puedo ser una mujer de fe y seguir diciendo que creo en Dios y en Sus mensajeros sin aceptar que el Corán es la culminación de los dos libros anteriores, la Torá y el Evangelio, y que Muhammad (p) es el último de los profetas”.
De una manera muy simple puedo decir que llegué al Islam por medio de una sonrisa. Es muy cierto que no hay nadie más falto de una sonrisa que aquel que no sabe sonreír. Por esta razón, vivo desde entonces brindándole a todo el mundo mi más humilde sonrisa. No es necesario poseer riquezas para dar caridad. Una sonrisa puede ser todo lo que una persona tiene, pero promueve la alegría y la bondad – y eso agrada a Dios.
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